En esta nueva entrada se nos propone hablar de nuestra concepción de tutor ideal.
Pues bien, empezaré hablando de las competencias que a mi parecer no le pueden faltar. Debe ser una persona integradora, que entienda que un clase de instituto es un conjunto muy heterogéneo de personas, en el que la diversidad étnica, cultural, sexual y personal puede ser muy diversa, por lo que deberá intentar crear una armonía y un bienestar entre todos los miembros de la clase, para que ninguna persona se sienta excluida del grupo.
Debe ser competente, en el sentido de llevar al día las cuestiones importantes, sobre todo en el plano administrativo y legal, saber los derechos y deberes, tanto suyos como los de sus alumnos, ya que deberá informarles de qué pueden o no hacer, qué acciones están en sus manos como estudiantes que puedan hacer cambiar las injusticias y las cosas mal hechas.
Debe ser orientador, poder informar a sus alumnos de sus opciones, de las posibles salidas al mundo laboral que existen y acompañarlos en el camino de la enseñanza hacia ellas. Pues hay alumnos que se encuentran muy perdidos, sobre todo en los años finales de instituto, y pueden encontrar en la figura del tutor una persona de confianza en la que poder apoyarse y en la que depositar su confianza para recibir consejos personales y orientativos.
También deberá mantener un contacto directo con los padres de los alumnos, mantenerlos informados del avance de la clase y de la situación personal de cada uno de sus hijos, la labor de enseñanza se realizará de forma mucho más llevadera si la comunicación paterna es óptima, ya que el futuro de los chavales depende de las dos partes.
El contacto directo también deberá existir hacia los alumnos de forma individual, a parte de estar al día de la situación general del grupo, deberá llevar un orden personal con cada uno de los alumnos, saber qué tal avanza individualmente, estar al corriente de si tiene problemas, en qué asignaturas se atasca, o si hay conflictos con algún compañero o profesor.
En cuanto a las características más individuales, podría enumerar un sinfín de ellas, pero basicamente pienso que un buen tutor debe ser atento, debe dar ejemplo en palabra y acto, ser cercano para facilitar la proximidad con sus alumnos, simpático y comprensivo. La paciencia también es importante y la motivación necesaria. El tutor, al fin y al cabo, debería ser una figura en la que los chavales pudieran apoyarse. Lástima que todas estas descripciones no se correspondan mucho con la realidad, en la que la figura del tutor es más bien alguien en el que ha caído la asignación, y que pasa más bien desapercibido, como si fuera un profesor más del grupo, que solo responde como tutor con cosas bastante superfluas y rutinarias.
Esperemos que estas descripciones idóneas del buen tutor por lo menos nos hayan servido para darnos cuenta de cómo nos gustaría que fuera, y por lo tanto, cómo deberíamos ser en el caso de que en un futuro recaiga sobre nosotros el papel de ser tutor.
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